Cuando tengo una idea que quiero desarrollar, suelo abrir un documento en Word o voy a por mi libreta si me apetece escribir a mano. Empiezo a tomar notas e intento estructurar la trama, pero cuando la idea es tan joven siempre se me descontrola. Más ideas llegan conforme escribo y me vuelvo loca apuntando nombres, haciendo garabatos y escribiendo párrafos y oraciones aisladas. Mi cerebro va tan rápido que soy incapaz de escribir algo coherente, y al final acabo con documentos llenos de fragmentos inconexos, de frases que parecen importantes pero que no ocupan ningún lugar en el texto, de dibujos y de palabras clave que solo yo entiendo y de notas sobre el contexto que, más que ayudar, desorientan. Obviamente, toda esta maraña de ideas acaba en un rincón apartado y, aunque no me olvido de ella por completo, dejo de darle más vueltas durante un tiempo.
Hasta que un día me da por abrir el documento de nuevo y, de repente, todo encaja. Sí, como por arte de magia. De repente, todo tiene sentido y mi mente es capaz de organizar todas las notas y disparates que escribí en su momento. De repente, todo deja de ser un misterio y la idea ya no es una maraña sino una imagen bien clara. Por fin siento que puedo trabajar de verdad en ella, y es entonces cuando toca ponerla sobre papel con palabras. Este suele ser el siguiente reto que tengo que superar… pero hablaré de ello en la próxima entrada.
Mientras tanto, ¿os pasa algo parecido con las ideas o conseguís domesticarlas desde el principio? ¿Habéis experimentado ese “click” que sucede como por arte de magia? Me gustaría oír cuál es vuestra experiencia en este tema.