jueves, 17 de noviembre de 2022

Superviviente

(#6 Archivo del blog)

Me gusta el ritmo que le di a este relato, creo que hice un buen trabajo. Me alegro de que este texto vuelva a estar en el blog ^.^ El ritmo de la historia y la musicalidad de las palabras son dos aspectos de la escritura que, además de ir ligados, me interesan mucho, así que seguiré trabajando en ellos. ¡Todavía tengo mucho que aprender!
Espero que disfrutéis del relato. Un abrazo :)



Era una noche oscura; la luna se escondía detrás de las nubes y muy pocas estrellas se atrevían a brillar. Una suave brisa recorría los alrededores del poblado en busca de supervivientes. 

Después de ver a los bárbaros asesinar a su marido, Leia agarró a sus dos hijos y tiró de ellos hacia la parte de atrás de la casa. Abrió la puerta trasera y miró a ambos lados para asegurar el paso; luego salió con sigilo e hizo una señal para que la siguieran. Se escuchaban espadas y el crepitar del fuego en las calles. Los gritos se perdían en el cielo y la tierra apestaba a humo y sangre. Kael y Eiden caminaban nerviosos; contuvieron la respiración por miedo a ser descubiertos y rezaron por que los latidos de su corazón no fueran tan ruidosos como los sentían. Casi habían salido del poblado cuando un hombre apareció corriendo en su dirección. Era Dorcas, su vecino. Leia estaba levantando la mano para indicarle que se acercara a ellos cuando el hombre se detuvo en seco. Los niños ahogaron un grito y el cuerpo de Leia se tensó. Dieron un paso atrás mientras el cuerpo de Dorcas caía inerte al suelo por un hachazo en la espalda. 

-Corred- ordenó la madre. 

El bárbaro que había lanzado el hacha los observaba desde el otro extremo de la calle, esbozando una sonrisa mientras desenfundaba dos cuchillos. Les dio tres segundos de ventaja y luego empezó a perseguirlos. Iba a darles caza. Eiden y Kael eran rápidos y ganaron distancia, ya casi habían alcanzado el bosque cuando las faldas de Leia la hicieron tropezar y cayó al suelo.

-¡Mamá!- el pequeño Eiden quiso retroceder, pero una mano lo detuvo- La va a coger, Kael, ¡hay que ayudarla!- gritó mientras luchaba por zafarse del agarre de su hermano. 
-¡Que corráis!- dijo Leia poniéndose en pie- Poneos a salvo, por favor- suplicó. 

Miró a sus niños con cariño sabiendo que sería la última vez y dio media vuelta. Cara a cara contra el bárbaro.

-¡No! Mamá no te vayas, corre hacia aquí- suplicaba el pequeño entre lágrimas- ¡Mamá!

Pese a que era más grande que Eiden, Kael tuvo que utilizar todas sus fuerzas para retenerlo. Tenía que arrastrarlo hacia el bosque, tenían que irse de allí. Soportó golpes, arañazos e insultos, pero no pudo moverlo ni dos metros. 

Y, de repente, el mundo se hizo pedazos. 

martes, 8 de noviembre de 2022

Madre luna

(#5 Archivo del blog)

Este relato se me ocurrió paseando con mi perrita en una tarde nublada de invierno. Iba sola, así que tuve tiempo de pensar en los detalles. Estuve - y estoy- orgullosa del resultado, creo que hice un buen trabajo (aunque siempre se pueda mejorar, por supuesto). Me hizo especial ilusión que un grupo de estudiantes encontró esta historia e hizo un montaje para su emisora de radio escolar. Leyeron la historia en voz alta y añadieron música y efectos especiales; hicieron un gran trabajo y me dieron una sorpresa maravillosa. 



Eran las seis menos diez de la tarde, y Kim no tenía nada que hacer. 

<<Vas a salir??>>, tecleó en el móvil.

<<No, estoy en Sariñena, quedamos mañana??>>, respondió Sonia al cabo de un rato.

No es lo que Kim esperaba oír, pero qué le iba a hacer... 

<<Vale>>, dijo.

Resopló y se dejó caer sobre el sofá. Julia y Pablo estaban entrenando a baloncesto, Nuria tenía que cuidar de su hermana pequeña, Edu estudiaba filosofía y Sonia había ido a Sariñena. Resumiendo: no quedaba nadie en el pueblo con quien salir a dar una vuelta. Resopló una vez más y dejó que su cuerpo se escurriera hacia abajo, con lo que consiguió colocar su cuello en una mala postura y que un calambre le recorriera la espalda. Se irguió molesta y se frotó la nuca. Vio el mando de la televisión delante de ella, pero cuando alargó la mano para cogerlo, una perrita blanca con manchas marrones apareció corriendo en el salón y apoyó el hocico en las rodillas de su dueña.

- Está bien, Luca- dijo Kim con una sonrisa tierna- Vamos a pasear.

Eran las seis de la tarde pero, al ser invierno, ya había oscurecido. La niebla absorbía las casas y apenas dejaba paso a la luz de las farolas. Luca tiró de la correa para meter prisa a Kim y ésta empezó a caminar. La calle estaba desierta. Pronto llegaron a la carretera, húmeda por la niebla, que marcaba la frontera. La cruzaron y caminaron unos metros hasta dar con un camino que se internaba entre los campos de cultivo. 

sábado, 5 de noviembre de 2022

La joven de capa roja

(#4 Archivo del antiguo blog) 
Aunque la idea de este relato sigue encantándome, casi me da vergüenza publicarlo tal y como está, jajaja. Siento que ahora podría narrar la historia mucho mejor, pero me he prometido ser honesta y no editar ninguno de los relatos que estaban en el otro blog; al fin y al cabo, lo hice lo mejor que pude en su día, y siempre puedo reescribir el relato. De hecho, reescribiré este en algún momento y volveré a publicarlo. Será bonito tener las dos versiones disponibles para compararlas y ver mi avance como escritora.

En medio del bosque hay una casa cuya chimenea siempre humea. No es difícil llegar a ella, pero el camino es largo y nadie se acerca a visitarla. Dentro vivió una joven que ahora ya es anciana, y en este momento la encontramos recostada en un sillón de la sala de estar, cerca del fuego para que el cuerpo le deje de temblar. Sin embargo, no es el frío de otoño lo que la altera.

-Hola, abuelita- saluda una voz cantarina.

La mujer se sobresalta y se gira con miedo hacia la puerta de entrada, donde encuentra a su nieta de pelo negro y capa roja con una cesta de mimbre en la mano. No ha oído la puerta al abrirse.

-Hola, Caperu- responde con voz vacilante- ¿Qué tal estás?

La joven adolescente se quita la capucha ignorando la pregunta. Se acerca hasta el sillón y apoya la cesta en la mesa baja que hay frente a su abuela.


-Te he traído comida- explica levantando una de las tapas de la cesta para sacar algo-, abuelita- añade con retintín.

La anciana mira con desconfianza el paquete que su nieta sujeta en la mano. Cuando ésta aparta el envoltorio, ve que se trata de tres apetitosas galletas y su boca comienza a salivar. Pero por muy deliciosas que parezcan no se atreve a coger ninguna, sino que mira de reojo a la joven.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Perspectiva

(#3 Archivo del antiguo blog)

Recuerdo escribir este relato en mitad de un arrebato de gratitud y esperanza y eso me ha hecho sonreír. No iba a añadir este texto al archivo pero, al pensar en mi yo de 17 años creyendo tanto en sí (¿mí?) misma, he cambiado de opinión. Espero que al leerlo os traiga algo bueno a vosotros también.

***

Pasó la vida quejándose.

Se lamentaba cada vez que las cosas se torcían y se enfadaba con el mundo por no portarse con justicia. “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, preguntaba una y otra vez. Caminaba con la cabeza gacha, la ira a flor de piel y las lágrimas preparadas.

Cada noche, antes de acostarse, repasaba su vida. Y entonces recordaba cuando de niño se raspó ambas rodillas al caer de la bici; lesión que le impidió andar con comodidad por un tiempo. También se acordaba de cuando lo dejó su primera novia, de cuando falleció su abuela, de las tardes estudiando sin levantar cabeza, de esa vez que perdió el tren o de esas otras dos ocasiones en las que se equivocó de autobús, y de cuando su querido perro murió.

La vida es un asco”, sentenció, “La muerte será un descanso de tanto sufrimiento”.

Y cuando comprendió que su hora al fin llegaba, cerró los ojos y se dejó llevar. Una pena que reaccionara tan rápido, porque si hubiera esperado unos instantes más, tal vez habría podido ver pasar las escenas de su vida:

La euforia que sentía al llevar por primera vez una bici sin ruedecillas. El orgullo al enseñar a sus amigos las marcas en las rodillas que demostraban su valor, pues fue el primero en aprender a ir en bici de dos ruedas. La calidez en el estómago al ver sonreír a la chica que le gustaba. Los latidos acelerados y palmas sudorosas ante el primer beso. Las tardes paseando bajo el cálido sol con su abuela, quien siempre le alegraba con sus historias y las meriendas que sacaba del bolso. La satisfacción al ver que estudiar duro había valido la pena. La chica tan simpática que conoció al tener que subirse en el siguiente tren. Y del amor por su perro, que siempre le había hecho compañía y al que siempre confiaba sus secretos.

Si no se hubiera dejado consumir por la visión negra de la vida, no habría tenido tanta prisa por cerrar los ojos; y tal vez habría podido comprender que estaba equivocado. 

Porque estar vivo es fantástico.


-Teresa


martes, 1 de noviembre de 2022

La campanilla de viento

(#2 Archivo antiguo del blog)

No me acordaba de lo adolescente que estaba cuando escribí este relato jajaja, aunque sinceramente todo esto no viene de un enamoramiento ni nada, viene de una película de anime que vi y me encantó. Se llama Hotarubi no mori e, por si os interesa, y es maravillosa.

***


Una suave brisa entra por la ventana y el tintineo de la campanilla de viento me despierta. Sonrío.

Unos días antes…

Laia me había invitado a pasar un fin de semana en casa de sus abuelos, junto al lago Weiton, para ir juntas al festival de verano, y después de una semana de trabajo duro para convencer a mis padres de que me dejaran ir, pude llamarla y aceptar su propuesta. Cinco días después, estaba en la estación con Laia y las maletas para ir en tren hasta Cominville; allí nos recogería su abuelo.

Estuvimos hablando mucho rato, pero a mitad de camino nos quedamos dormidas. Cuando me desperté, Laia no estaba a mi lado, sólo nuestras dos maletas reservando el sitio. Miré extrañada a ambos lados del vagón, pero como no la vi, decidí ir a buscarla. Crucé tres vagones sin ver rastro de ella, y al cuarto entré tan rápido que choque con la persona que estaba de pie al otro lado. Del susto di un paso atrás y tropecé. Me hubiera caído si él no me hubiera sujetado. Era alto, de pelo castaño y ojos oscuros. Su ropa tenía pinta de ser cara, así que debía ser algún niño rico. Bueno, de niño nada, porque era más alto que yo.