¡Hola! Durante los últimos días he estado debatiéndome sobre si publicar esta historia o no. Supongo que esos miedos de los que hablaba en la sección "Sobre mí" estaban atacando de nuevo. Tengo que recordarme a mí misma que lo que escribo no tiene que ser perfecto, solo tiene que existir y servirme para pasar un buen rato. Disfruté de escribir este relato, así que aquí está. Espero que os guste :)
-Esto es una
pérdida de tiempo- resopló Erin.
La aprendiz dejó caer el
ramillete de hojas secas sobre la mesa y se quitó la venda de los ojos. Se
encontraba en el aula de pociones y encantos; la cual actuaba a la vez de
biblioteca, almacén, cafetería y despacho. A decir verdad, el nombre ‘aula’ le
venía por el cartel de madera que colgaba sobre la puerta; si no lo hubieran
colocado ahí, probablemente estaríamos hablando de un cuarto de la limpieza
hasta arriba de artefactos extraños, libros y probetas.
-¿De qué me
sirve esto?- le preguntó a su maestro.
El anciano estaba sentado sobre
una pila de libros y documentos arrugados, con una taza humeante de té entre
las manos y un libro abierto flotando delante de él. Según terminaba una
página, pasaba a la siguiente con un breve movimiento de cabeza. El hombre ni
se inmutó ante las quejas de su alumna; eran demasiado frecuentes como para
sobresaltarlo. Sin apartar la vista de su libro ni alterar la voz, se limitó a
contestar con una cortesía punzante:
-¿Aprender a
concentrar la humedad que hay en el ambiente para rehidratar un cuerpo material
y devolverlo a su estado primero no le parece lo suficientemente interesante,
señorita?
Erin se mordió el labio. Pues
claro que le parecía interesante, se le ocurrían varias aplicaciones super
útiles para este hechizo. Adiós a los bizcochos resecos del almuerzo y a las
riñas de su madre por no regar las plantas, por ejemplo. Oh y a la piel seca y
tirante después de una ducha bien caliente. Bueno, y podría ayudar a los
curanderos a estabilizar pacientes con deshidratación severa, claro, también lo
había pensado. Pero dejando todo eso a un lado, había otro hechizo que le
corría más prisa aprender, y su maestro no soltaba prenda. Llevaba tres días
intentando averiguarlo sin que pareciera demasiado obvio.