(#1 Archivo antiguo del blog)
Este fue el primer relato que publiqué y también es el favorito de mi madre, así que me parece justo que también sea el primero en aparecer aquí.
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A veces me
preguntan por qué escribo fantasía. Me limito a decir “porque me gusta”, ya que
sé que si les respondiera explicándoles la auténtica razón no la entenderían
nunca.
Me gusta escribir fantasía, eso es cierto, pero el gusto va
más allá de simples mundos imaginarios y criaturas fantásticas. No se trata de
dar nombres extraños a los personajes ni de inventar nuevos objetos o conjuros.
Cuando escribo fantasía hablo de estas cosas y muchas más, pero no se trata de
esto; no. Para entenderlo voy a tener que dar un rodeo:
Cuando era niña imaginaba que las rayas blancas de un paso de cebra formaban un puente, y que el asfalto era un oscuro abismo en el que vivía un monstruo come pies. También creía que los agujeros que veía en el monte eran las madrigueras de los Chompins, unos seres que yo misma imaginé. Mis amigas y yo jugábamos a tener mascotas con súper poderes, y la mía siempre era un perro que daba saltos de cincuenta metros y que tenía muchísima fuerza. Cada noche, mi madre intentaba leerme un cuento, pero en realidad prefería inventármelo yo misma y ser la que lo contase. Donde había un charco, yo veía una atracción acuática. Cuando salía a buscar caracoles después de una tarde de lluvia me sentía como una pequeña Indiana Jones.