¡Hola! Ya se terminan las vacaciones y volvemos a las rutinas (qué ganas, os lo juro). Espero que hayáis tenido un buen verano, yo me lo he pasado muy bien. Os dejo aquí un relato corto, a ver qué os parece.
¡Un abrazo!
Nunca había visto una concha tan bonita. Era rosa por
un lado y parecía bañada en plata por el otro. Tenía vetas rugosas en forma de
espiral y reflejaba con timidez los pocos rayos de sol que llegaban a través
del agua.
Sin dejar escapar ninguna burbuja, me
hundí más y extendí la mano para recoger la concha. Algo se movió a mi lado. En
mitad del banco de arena, entre unas rocas bien colocadas, dos ojos me miraban.
Tardé un poco en darme cuenta de que la
roca del centro no era una roca, sino el cuerpo de un pulpo pequeño que había
decidido construir allí su casa. Había colocado rocas alrededor de su
madriguera y recolectado conchas para cerrar la entrada. Esa concha que yo
quería, la rosa y plateada, bien podría haber sido la puerta del jardín de
entrada.
Retiré la mano y observé al pulpo con
cuidado de no espantarlo. Su piel parecía tan rugosa como las rocas que lo
rodeaban, pero estaba segura de que, si lo tocaba, la textura sería totalmente
distinta a la que me imaginaba.
Él también me miraba. Parecía tranquilo.
Expulsaba agua por el sifón de manera rítmica y me miraba fijamente con su
pupila rectangular. ¿Qué estaría pensando? ¿Sería esa también su concha
favorita? Todas las que tenía alrededor eran muy bonitas, ¿las elegía con
criterio o era casualidad?
Noté un toque en la pierna y me giré para
observar a mi chico buceando en el agua. Me sonreía y hacía señas para que
viera a un pez multicolor que nadaba a mi espalda. Cómo le quería. Sonreí y se
me escaparon unas burbujas por la nariz. Me acerqué a él y buceamos juntos un
poco más, lejos del pulpo y de sus conchas.
Antes de salir del agua, miré atrás y vi que el pulpo desplegaba un tentáculo para recoger la concha con cuidado y traerla hacía sí. La sostenía con delicadeza; lo suficientemente fuerte para que no se cayera pero lo bastante suave para no romperla. Las cosas bonitas quizá se encuentren por casualidad, pero elegir algo y cuidarlo es un acto totalmente voluntario. Una concha, una persona, un baño de plata, una sonrisa entusiasmada…
Salimos del agua y el silencio submarino estalló en salpicaduras y bocanadas de aire.
-¿Lo has visto?- me preguntó emocionado. Tenía un poco de agua dentro de las gafas de buceo y movía los brazos en círculos para flotar en la superficie.
Yo no podía dejar de sonreír.
Claro que lo había visto. Y todavía lo
veía. Justo ahí. Mejor que nunca.
-Teresa