sábado, 5 de noviembre de 2022

La joven de capa roja

(#4 Archivo del antiguo blog) 
Aunque la idea de este relato sigue encantándome, casi me da vergüenza publicarlo tal y como está, jajaja. Siento que ahora podría narrar la historia mucho mejor, pero me he prometido ser honesta y no editar ninguno de los relatos que estaban en el otro blog; al fin y al cabo, lo hice lo mejor que pude en su día, y siempre puedo reescribir el relato. De hecho, reescribiré este en algún momento y volveré a publicarlo. Será bonito tener las dos versiones disponibles para compararlas y ver mi avance como escritora.

En medio del bosque hay una casa cuya chimenea siempre humea. No es difícil llegar a ella, pero el camino es largo y nadie se acerca a visitarla. Dentro vivió una joven que ahora ya es anciana, y en este momento la encontramos recostada en un sillón de la sala de estar, cerca del fuego para que el cuerpo le deje de temblar. Sin embargo, no es el frío de otoño lo que la altera.

-Hola, abuelita- saluda una voz cantarina.

La mujer se sobresalta y se gira con miedo hacia la puerta de entrada, donde encuentra a su nieta de pelo negro y capa roja con una cesta de mimbre en la mano. No ha oído la puerta al abrirse.

-Hola, Caperu- responde con voz vacilante- ¿Qué tal estás?

La joven adolescente se quita la capucha ignorando la pregunta. Se acerca hasta el sillón y apoya la cesta en la mesa baja que hay frente a su abuela.


-Te he traído comida- explica levantando una de las tapas de la cesta para sacar algo-, abuelita- añade con retintín.

La anciana mira con desconfianza el paquete que su nieta sujeta en la mano. Cuando ésta aparta el envoltorio, ve que se trata de tres apetitosas galletas y su boca comienza a salivar. Pero por muy deliciosas que parezcan no se atreve a coger ninguna, sino que mira de reojo a la joven.


-Venga, come sin miedo- la incita Caperu – Mamá piensa que tal vez así hables. Ya debes estar harta de comer sólo pan. Fíjate bien,- dice señalándola con desdén- ¿te has mirado en el espejo? Pareces un saco de huesos.

Al ver que la anciana sigue sin reaccionar, la chica, impaciente, le agarra la mano y coloca en la palma las galletas.


-¡Come!- ordena- Llevan pasas- añade como si eso fuera lo que preocupara a su abuela.

La mujer sabe que no pueden estar envenenadas, la necesitan con vida, pero no está segura de lo que pretenden su hija y su nieta ofreciéndole una delicia como esa. Debería negarse a comerlas, demostrarle a la niña que no pueden sobornarla con comida, pero su cuerpo le pide a gritos algo de alimento así que se lleva los dulces a la boca y comienza a devorarlos uno por uno con avidez.


-Así está mejor- asiente Caperu. Aparta con el pie la cesta y se sienta en su lugar, con sus rodillas rozando las de su abuela. Desenfunda una daga de diez centímetros de la muslera y espera unos segundos en silencio. Tantea la punta afilada con el índice. – Y ahora, abuelita, dime dónde está el lobo.

La anciana niega con la cabeza.


-¡Dímelo! – le exige la chica presionando la punta del cuchillo contra su garganta.

En ese momento, la anciana traga el último trozo de la segunda galleta y Caperu, harta ya de no conseguir una confesión, le arrebata la que le queda de un manotazo y le asesta una bofetada.


-Eres estúpida- escupe con rabia. Se levanta y aplasta la galleta con la suela de la bota.

-No entiendo a qué viene tanto odio hacia él.- dice la anciana tratando de mantener la voz firme.

-Nos la ha jugado, abu- responde ella con una sonrisa torcida- Deberías estar de nuestro lado y entregar de una vez a ese pulgoso.

Y dicho esto, la muchacha de pelo negro agarra la cesta, enfunda la daga y sale de la casa al tiempo que se recoloca la capucha roja de la capa. Instantes después del portazo, la anciana escucha el sonido de las llaves en la cerradura.


-¿Cuán lejos va a llegar esto?- piensa apenada mientras se acaricia la mejilla enrojecida.

***

Cuando el último rayo de sol se desvanece, la noche absorbe el bosque. Desde el aire podría verse la vivienda de la abuelita brillando en medio de los árboles, pues el fuego nunca se apaga, la oscuridad nunca entra a esa casa.

Antes de irse a la cama, la anciana se detiene frente a la puerta de entrada y fija la mirada en el ojo de la cerradura. Suspira. Ya ha perdido la cuenta del tiempo que lleva encerrada en su propia casa. De repente, un sonido al otro lado de la puerta la pone en alerta. Ha vuelto, piensa sintiendo que su cuerpo comienza a temblar de nuevo. Escucha pasos que se acercan y ella retrocede asustada. Alguien apoya su peso en la puerta y hace crujir las tablas.


-¿Estás ahí?- susurra una voz masculina.

La anciana suelta el aire que retenía y esboza una amplia sonrisa. Las lágrimas de alivio le inundan los ojos.


-Sí, estoy aquí, Dan- responde acercándose para colocar la oreja en la línea entre el marco y la puerta.

-Menos mal- suspira el hombre- De camino a aquí me he cruzado con Caperu. Estaba escondido, pero he visto que en la mano llevaba la daga ensangrentada. Creía que te había…

-Yo estoy bien- le interrumpe la anciana- A qué pobre inocente habrá asesinado esta niña- se lamenta antes de morderse el labio.

-Tiene que haber alguna forma de acabar con esto.

-Dan, sólo hay dos cosas que podemos hacer: O yo revelo tu escondite, o tú mismo te entregas. En cualquier caso nos matarían a los dos. A ti por ser su objetivo y a mí porque ya no les sería útil.

-Voy a tirar la puerta abajo y nos vamos a largar de aquí, mamá.

-Dan, cielo, estoy demasiado débil, sería un lastre para ti. Caperu no tardaría en encontrarnos.

-Maldita sea- gruñe Dan dando un golpe a la pared- Tengo una hermana psicópata y una sobrina sádica, ¿por qué nos castiga el universo con esta familia, mamá?

Hay unos instantes de silencio. Un vacío en la conversación. Y a la abuelita se le ocurre una idea. Si quiere que su hijo viva, ella tendrá que morir. Así, Caperu y su madre no tendrán objeto de chantaje, y no habrá nada que retenga a Dan en la comarca; podrá huir lejos. Vivir. Se acerca a la cocina y coge uno de los cuchillos. Caperu nunca los ha confiscado, nunca ha temido que su abuela pudiera atacarla; le bastaría con una patada para reducirla.


-Mamá- susurra Dan con fuerza- ¿Qué haces?

El hombre tiene el oído muy desarrollado y ha escuchado los pasos y el sonido del cajón de los cubiertos al abrirse.


-¿Qué vas a hacer?- pregunta de nuevo, esta vez alzando la voz.

-Acabar con esto- responde ella mirando con recelo el filo del cuchillo.

Un golpe hace retumbar la casa. Y luego otro más fuerte hace temblar las bisagras de la puerta. Dan intenta entrar.


-¡Para!

-¡Una mierda! Huelo tu miedo, mamá, miedo a la muerte. ¿Qué pretendes hacer?

Un aullido rompe el silencio de la noche. Los pájaros que dormían huyen despavoridos y los animales que buscaban presas en la oscuridad se esconden con el rabo entre las patas. Una bestia de pelo erizado con colmillos blancos como la luna y garras afiladas está a dos patas frente a la puerta de la abuelita. Tiene la respiración agitada y golpea con fuerza la madera. Sus garras se hunden en la tabla y la astillan hasta formar un agujero. La embiste, resopla y vuelve a embestirla. Por fin, la puerta cae y el licántropo entra a la casa. Se abalanza sobre su madre y le arranca el cuchillo de las manos. Luego la mira con calma y su pelaje se vuelve lacio. Pero la anciana, lejos de sentirse agradecida, lo golpea en el vientre a modo de reprimenda. Él no lo nota, pero igualmente le duele esa reacción.


-¡Te habrán oído! Vete, seguro que Caperu está a punto de llegar.

Intenta coger a su madre y levantarla para llevarla con él, pero una voz lo detiene.


-De hecho, ya estoy aquí- se carcajea Caperu desde el hueco que ha dejado la puerta.- Mi madre tenía razón, sólo hacía falta que este pulgoso creyera que te había pasado algo.

-Imposible, ¿habías planeado esto? ¿Cómo podíais estar seguras de que Dan te vería con la daga ensangrentada?

Caperu se encoje de hombros.


-No lo sabía, pero había que arriesgarse. Y mira por donde, ha funcionado. Ahora os tengo a los dos. – dice con una sonrisa turbadora y mientras da suaves caricias a la daga.

Dan se lanza sobre ella, pero la joven está entrenada y lo esquiva sin problemas. Evita un golpe de garras y le hace un corte que le cruza el pecho. No es profundo, pero en seguida comienza a manar sangre.


-¡Quietos!- suplica la anciana con los puños apretados. No sabe cómo detener la pelea, no sabe cómo evitar más ríos de sangre. Nunca se había sentido tan incapaz.

El lobo salta sobre su sobrina e intenta quitarle el arma, pero la chica es demasiado rápida y lo esquiva de nuevo. Se coloca tras él en dos pasos y le hace otro corte superficial en el lomo y otro en la pata. Dan ruge de dolor y contraataca; con un movimiento brusco consigue clavar sus garras en el brazo de la joven, quien grita dolorida y deja caer el cuchillo. Pero antes de que Dan pueda atacar de nuevo, recibe una potente patada en el costado y, de repente, siente que sus patas se separan del suelo y cae de espaldas. Caperu recoge la daga con la otra mano, lo fulmina con rabia en los ojos y empuña decidida el cuchillo.


-Basta – grita la anciana. Y antes de que la chica dé el golpe final, la abuelita reúne valor, se lanza sobre ella y caen juntas al suelo.

Una calidez húmeda cubre el vientre de la joven. Mancha la camisa con rapidez y se adhiere a sus manos como un parásito.


-Idiota- masculla Caperu al darse cuenta de que la daga está hundida en el estómago de su abuela- ¿Por qué te metes?

Un aullido lastimero le embota los oídos y frunce el ceño. El licántropo se está poniendo en pie. Tiene el pelaje erizado, los músculos tensos, los belfos salivan espuma y su mirada está nublada de ira. Caperu aparta el cuerpo de la anciana de un empujón, se levanta de un salto y arroja el cuchillo hacia el lobo. Se clava en el hombro. Dan lo arranca sin miramientos y lo deja caer al suelo, pero cuando se dispone a atacar a su sobrina, descubre que ya no está. Se ha ido.

***

Una joven de pelo negro y capa roja corre a través del bosque. Tiene el brazo ensangrentado y cada dos pasos vuelve la mirada hacia atrás. Nerviosa. A cincuenta metros por delante de ella distingue a un cazador que vuelve hacia la aldea.


-¡Socorro! –grita.

Al verla, el cazador acude en su ayuda.


-¿Qué ocurre? ¿Quién te ha hecho eso?- pregunta señalando los profundos cortes en su brazo.

-Un lobo- responde con voz temblorosa- Quiere matarme, ayúdame por favor- suplica dejando que sus ojos se humedezcan.

En ese instante, Dan aparece entre los árboles y distingue la capa roja de su sobrina en el camino. Ignora al hombre que hay junto a ella y corre a cuatro patas en su dirección; con furia en los ojos y ansia de sangre en la boca.

El cazador levanta su arma y aprieta el gatillo dos veces seguidas. Una de las balas hace perder el equilibrio al lobo, pero recobra la marcha con un trote irregular. La sangre que brota de las heridas lo debilita, le nubla la vista. Mientras el cazador intenta cargar el arma de nuevo, reúne las fuerzas que le quedan y salta hacia la chica con las fauces abiertas.

Una bala le atraviesa el cráneo. El lobo cae inerte al suelo y poco a poco vuelve a su forma humana. Dan está tirado en el suelo y un charco granate crece bajo su cabeza.


-Muchas gracias por salvarme- dice Caperu con voz dulce.

-De nada, chica- ríe el cazador- Ya verás cuando enseñe lo que he cazado en el club. No van a creérselo. ¡Hombres lobo!

-Sí, increíble- responde la chica todavía en su postura de niña buena.

-Pero no me creerán si no les llevo un testigo, ¿me harías el favor de venir conmigo y contarles a todos lo que ha ocurrido?

-Por supuesto- dice- Me has salvado la vida, es lo mínimo que puedo hacer.

***

A la mañana siguiente, puede escucharse el alboroto que hay en el club de caza desde cualquier rincón de la aldea. Un cazador está gritando a una muchacha.


-¡No mientas!, diles lo que pasó cuando disparé al lobo.

-Que murió- repite por enésima vez la joven.

-Y luego…

-Luego, ¿qué?- pregunta con inocencia.

-Niña…- comienza a amenazar el cazador; pero otro hombre lo detiene.

-Joe, ya basta. Estaba oscuro y llevabas todo el día en el bosque, ¿estás seguro de que el cansancio no te jugó una mala pasada?

-¡Sé lo que vi! Vamos a buscar el cadáver del hombre, tiene que estar en alguna parte.

-Ya hemos estado allí, Joe – dice otro cazador agarrándolo por el hombro- Había un cadáver, sí, pero de lobo.

-No puede ser. Lo vi, vi cómo esa bestia perdía el pelaje y se transformaba en hombre. ¡Y esta ramera lo niega!- grita señalando a Caperu.

-Yo…- comienza a decir la joven- Lo siento, es que no puedo mentir. Es lo que vi, señor, perdone- se disculpa con las mejillas húmedas por las lágrimas y el labio inferior tembloroso.

-Tranquila chica- le dice otro de los hombres del grupo- Joe necesita descansar, normalmente es un buen tipo. Vete a casa, nosotros nos ocupamos de él.

Caperu asiente compungida y se aleja con pasos delicados. Mantiene la faceta frágil hasta que llega a su casa. Dentro, su madre la espera.


-¿Qué tal ha ido?

-Creen que está loco- se ríe la joven- Ha sido divertido, una pena que no hayas podido verlo.

-Sí- admite encogiéndose de hombros- Pero alguien debía deshacerse del cadáver de Dan…

-Y sustituirlo por un lobo- termina Caperu sentándose junto a su madre.

-Exacto- asiente la mujer mirando con orgullo a su hija- Cuéntame, ¿qué historia te has inventado para encubrirnos?

-He dicho que la abuelita estaba enferma y que, como tú estás ocupada, me encargabas a mí llevarle la comida y cuidarla. Todo iba bien y la abuelita mejoraba, pero entonces apareció un lobo feroz que intentó comernos a las dos. Mató a la abuelita y yo conseguí huir de la bestia hasta que me topé con un cazador. Entonces, él le disparó y me salvó de ser devorada.

-¿Y en serio te han creído?- pregunta sorprendida. No consigue imaginar a su hija en el papel de víctima.

-Mamá, son estúpidos, basta con llorar mucho. – explica- Y con fingir ser una niña buena que nunca mentiría- añade guiñando un ojo.

La mujer rompe en una carcajada y coloca la capucha a su hija.


-Caperucita Roja, mi cándida niñita- se burla pellizcándole la mejilla.

5 comentarios:

  1. Hola, Teresa. Una versión, la tuya, para mí más realista que la clásica historia. Menudo par de arpías creen que se han salido con la suya, pero en la próxima luna llena el cuerpo de Dan (arrojado al fondo del barranco para que nunca fuese encontrado) se regenerará y volverá para vengarse. Los perdigones de plomo matan al hombre, pero no al lobo que lleva dentro y la luna obrará el milagro porque solo la plata es capaz de contrarrestar el poder de su luz.
    Saludos

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    1. Genial para una secuela!!! Siéntete libre de ir a por ella, simplemente deja el link por aquí si la escribes jajaja Un abrazo!!

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    2. Tú ya la has cerrado y yo únicamente un pequeño epílogo. 😁🖐🏼

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  2. Seguiré pasando por aquí para leer tus relatos porque este me ha gustado mucho.

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