(#1 Archivo antiguo del blog)
Este fue el primer relato que publiqué y también es el favorito de mi madre, así que me parece justo que también sea el primero en aparecer aquí.
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A veces me
preguntan por qué escribo fantasía. Me limito a decir “porque me gusta”, ya que
sé que si les respondiera explicándoles la auténtica razón no la entenderían
nunca.
Me gusta escribir fantasía, eso es cierto, pero el gusto va
más allá de simples mundos imaginarios y criaturas fantásticas. No se trata de
dar nombres extraños a los personajes ni de inventar nuevos objetos o conjuros.
Cuando escribo fantasía hablo de estas cosas y muchas más, pero no se trata de
esto; no. Para entenderlo voy a tener que dar un rodeo:
Cuando era niña imaginaba que las rayas blancas de un paso de cebra formaban un puente, y que el asfalto era un oscuro abismo en el que vivía un monstruo come pies. También creía que los agujeros que veía en el monte eran las madrigueras de los Chompins, unos seres que yo misma imaginé. Mis amigas y yo jugábamos a tener mascotas con súper poderes, y la mía siempre era un perro que daba saltos de cincuenta metros y que tenía muchísima fuerza. Cada noche, mi madre intentaba leerme un cuento, pero en realidad prefería inventármelo yo misma y ser la que lo contase. Donde había un charco, yo veía una atracción acuática. Cuando salía a buscar caracoles después de una tarde de lluvia me sentía como una pequeña Indiana Jones.
Los años pasaron y fui creciendo. Ya no veía un puente, sólo rayas en el suelo. Tampoco madrigueras de Chompins, sino agujeros de algún animal salvaje. Ya no imaginaba mascotas, tenía una de verdad. Me limité a leer historias ya escritas, evitaba los charcos y dejé de ir a buscar caracoles porque me manchaba de barro. No me di cuenta de lo mucho que había cambiado hasta que una mañana me desperté y me quedé mirando el techo de mi habitación. Está cubierto de pegatinas de estrellas, ésas que brillan en la oscuridad. Las puse hace años porque quería dormirme contemplando el firmamento. Bajé la persiana para revivir ese recuerdo tan mágico que tenía en mi mente, pero no pasó nada; no vi estrellas, sólo unas pegatinas brillantes en el techo de mi cuarto. Estuve pensando durante el desayuno qué era lo que me había pasado, ¿por qué ya no veía estrellas? Y en ese momento mis hermanos pequeños entraron corriendo en la cocina apuntándose con las pajitas del zumo. Jugaban a ser magos muy poderosos que luchaban para saber quién era el más fuerte. No supe quién ganó pero gracias a ellos lo comprendí todo:
Nos educan para que renunciemos a la imaginación. Lo llaman madurar, vivir con los pies en la tierra o tener la cabeza sobre los hombros; como prefieras. Pasan la vida quejándose de lo dura que es la realidad y gritando a los cuatro vientos los miles de problemas y sufrimientos que padecen. ¿Por qué será que las personas que no renunciamos a la imaginación no sufrimos tanto? En mi opinión, es porque vemos el mundo de otra manera. Encontramos soluciones donde parece no haber nada y somos capaces de disfrutar de los pequeños detalles, ésos que nos sacan una sonrisa cada día.
Fui una tonta y caí en su trampa. Por suerte me he dado cuenta del engaño y ahora veo ambas cosas: rayas en el suelo y un puente sobre el abismo, pegatinas y un pedacito del universo en mi cuarto, manchas de barro y marcas de guerra.
Lo llaman madurar, vivir con los pies en la tierra o tener la cabeza sobre los hombros; como prefieras. Yo lo llamo amargarse la vida.
Si comprendes lo que quiero decir, es que eres uno de los míos. Podemos dejar volar nuestra mente y aterrizar cuando queramos. Podemos inventar miles de historias increíbles cada día y hacer creer a los demás en la fantasía. Podemos sacar sonrisas a la gente y hacerles reír. Podemos hacerles llorar y enfadarles. Podemos ser mejores personas cada día, porque no vivimos encerrados en una burbuja, no hay límites que nos impidan llegar a lo más alto.
-Teresa
Bienvenida otra vez, Teresa. Nunca dejes de escribir. Besos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Raúl! Esta vez no, no pararé. Besos :)
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